Sufren problemas de memoria. Se les olvidan las palabras. Les cuesta recordar expresiones comunes. El covid 19, escribe Emilio de Benito en El País, ha dejado un rastro de lagunas mentales en pacientes que vencieron al virus.
Problemas de concentración, sí. Despistes. ¿Qué hace el libro que estoy leyendo en la nevera?
La niebla mental, le llaman, y la comparan con un alzhéimer leve. Como si el cerebro hubiera envejecido debido a la enfermedad. Y es verdad que en plena segunda ola, con la curva de contagios desbocada, los hospitales cada vez más llenos, las Ucis otra vez con pacientes graves, todos parecemos un poco más viejos. Un poco más cansados.
Por eso es tan importante fijar las palabras. El emperador Octavio Augusto lo hacía en pesados edictos de bronce como el que apareció hace veinte años en algún lugar situado entre Matachana, Congosto y San Román de Bembibre. Un texto del año 15 antes de Cristo grabado en la ciudad de Narbona Martia, donde ‘el hijo’ del divino Julio César concedía inmunidad perpetua a los paemeiobrigenses, de las gens de los susarros, por haber permanecido fieles a Roma durante las guerras cántabras.