Caballero Templario
He vuelto a coger la bicicleta. A la caída de la tarde, cuando la luz se vuelve difusa, la he sacado de casa y he rodado con calma hacia el extrarradio de la ciudad.
Mi bici no está hecha para correr. Tiene las ruedas anchas y un manillar enorme, pero muy cómodo, que recuerda a la cornamenta de un toro Longhorn. Y voy tan a gusto.
Circulé sobre el Puente del Centenario y eché de menos la oportunidad de hacer una parada en la cafetería de la Fábrica de Luz. Aún no es el momento de reabrir la hostelería con seguridad. Así que giré en la glorieta, al otro lado del río, y enfilé la larga recta de la avenida de la Libertad. Cuando me di cuenta, hipnotizado por el pedaleo, ya me encontraba a la altura del otro museo que más me gusta de Ponferrada; el que guarda en una lonja las viejas damas de hierro de la MSP, las locomotoras de vapor que tiraban del tren correo y de los convoyes de mineral entre Laciana y el Bierzo. La memoria de nuestro pasado industrial, el relato de tantos esfuerzos, está a salvo en esos dos museos que resumen el siglo del carbón.