El año sin verano
La caldera del Tambora, en las Indias Orientales Holandesas, entró en erupción el 5 de abril de 1815 y durante diez días arrojó a la atmósfera millones de toneladas de cenizas volcánicas, polvo y dióxido de azufre que redujeron la luz solar. Las temperaturas bajaron de repente varios grados. Y en los meses siguientes todo el planeta se enfrentó a un invierno muy severo y a un año sin verano. Lugares donde nunca habían visto la nieve, como México y Guatemala, más próximos al ecuador, registraron grandes nevadas. En Nueva Inglaterra tampoco llegó la primavera y un año después de la erupción, la escarcha acabó con la mayoría de las cosechas. Murieron las aves, murieron las ovejas recién esquiladas. Y los mapaches y los osos, los ciervos y los zorros, corrían sin rumbo por los campos. Nadie sabía lo que estaba pasando, cuenta William Ospina en su libro El año sin verano.
El 2 de junio, una tormenta de nieve azotó Massachusetts y dejó varios muertos. En Europa, recién salida de las guerras napoleónicas, las fuertes lluvias y las bajas temperaturas también malograron las cosechas. Hubo disturbios en el Reino Unido y en Francia. Suiza declaró la emergencia nacional. Y la hambruna se extendió por China, afectada la producción de arroz. También allí nevó en verano. El río Amarillo se desbordó y ahogó a cien mil personas. Y un huracán devastó Pekín. «La última gran crisis de supervivencia del mundo occidental», la definió el historiador John D. Post antes de esta pandemia.