Mucho antes del famoso cruce de piernas de Sharon Stone en Instinto básico existió Marlene Dietrich en El ángel azul. Y los cabarets de Berlín.
Abolida la censura durante la República de Weimar, los locales nocturnos de la capital alemana se convirtieron en escenarios de libertad, política y sexual, o de libertinaje en opinión de los escandalizados burgueses a los que no divertían ni las sátiras, ni las pantomimas, mucho menos las coreografías atrevidas, eróticas, provocadoras que se programaban cada noche. Pero todo eso cambió con la llegada de los nazis.
Objeto de burla, de escarnio, de mofa en los escenarios cuando solo eran un grupo de fanáticos con uniformes de asalto y esvástica en el brazalete, los nazis acabaron con el esplendor de los cabarets que había hecho famosas las noches de Berlín, especialmente después del éxito de la película de Joseph von Sternberg, del personaje icónico de Lola-Lola y de las piernas interminables de Marlene, que lo interpretaba en un glamuroso blanco y negro. La nueva Alemania no necesitaba travestidos, ni degenerados, ni pervertidos, ni lenguaraces, ni sátiros. Tampoco bailarinas seductoras. Ni faldas cortas. Al menos de puertas afuera.