La leyenda del Tiempo
Anoche encendí tarde el televisor. Estaba demasiado cansado para leer. Y no tenía humor para escuchar otra vez esos extraños ruidos en el desván de mi casa, como si hubiera alguien encerrado allá arriba, que oigo cada vez que abro cierta novela sobre un grupo de inmigrantes irlandeses que cruza el océano Atlántico huyendo de la Gran Hambruna. Hay un maldito personaje -justo en el primer párrafo, lo conté hace unos días- que arrastra una pierna al caminar sobre la cubierta el barco. Y parece que haya saltado de la novela a mi desván.
O quizá solo a mi cabeza.
Así que me olvidé de El crimen del Estrella del Mar, y mira que la novela promete, y puse la televisión. Era cerca de la media noche. Acababa un nuevo día de desescalada en Ponferrada, con la ciudad inmersa en cierta sensación de normalidad a pesar de que el virus sigue al acecho. Y en La 2 emitían Desayuno con Diamantes, la comedia romántica que Blake Edwards construyó, a modo de cuento de hadas, sobre una novela más sórdida de Truman Capote. La he visto cuatro o cinco veces y como pasa con las buenas historias cada vez descubro algo nuevo. Pero apenas quedaban unos minutos, Audrey Hepburn ya había cantado Moon River, y cambié de canal.