Columna opinion

El árbol de la vida

Arrojaron la bomba temprano. A través de un claro entre las nubes descubrieron el delta del río Ota y escogieron el puente de Aioi como blanco. Little Boy, así habían bautizado al arma nuclear, estalló a los 55 segundos de caer del avión, a 600 metros de altura y a 244 metros del puente, empujada por el viento hasta los tejados de la clínica de Shima.

La temperatura se elevó a más de un millón de grados centígrados y la explosión creó una enorme bola de fuego. Una columna de humo, un hongo radiactivo de color gris violáceo y con un núcleo rojizo, ascendió casi hasta la altura del Enola Gay, el B-29 que había lanzado la bomba. En un instante morían 140.000 personas.

Media hora después de la explosión y con la ciudad convertida en «un lecho de brasas», según la describió el artillero de cola del B-29, Bob Caron, comenzó a caer una extraña lluvia negra al norte de Hiroshima, una lluvia radiactiva que extendió la contaminación.

Era el 6 de agosto de 1945. Terminaba la Segunda Guerra Mundial. Comenzaba la Guerra Fría. La era nuclear. La carrera armamentística. Ya estábamos listos para destruir el planeta.

Pero en la primavera de 1946 ocurrió un milagro. A pocos kilómetros de la zona cero, entre las ruinas del templo budista de Housenbou, brotó un árbol que todavía hoy se mantiene vivo, convertido en un símbolo de resistencia. Un árbol del pasado, inmune a las plagas, los hongos y las enfermedades. Una especie del Periodo Pérmico, el Gingko Biloba, que ha llegado a nuestros días porque los budistas siempre lo consideraron un árbol sagrado. Cuando reconstruyeron el templo de Housenbou, aquel ejemplar ya era una metáfora de la esperanza y adaptaron las escaleras en forma de U para no tocarlo. A los pies dejaron una inscripción: «No más Hiroshima».

Esta semana han plantado los primeros ejemplares de Gingko Biloba en la avenida de la Libertad de Ponferrada. Un símbolo sobre otro símbolo, resistencia y libertad, en estos días de pandemia, cuando el virus ya se ha llevado en todo el planeta muchas más vidas que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Y ahora que empiezan a vacunarnos, no se me ocurre mejor mensaje de ánimo que ese árbol de la vida, de hojas doradas en otoño, que ya poblaba la Tierra hace 270 millones de años.

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