Stuka, por Juanjo Albares.

Avión demoniaco el Stuka y… ¡¡un estado de ánimo!!

Tomás-Néstor Martínez, para www.astorgaredaccion.com.

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Pavo, Pava, Cigüeña, Bacalao, Pedro, Pablo, Angelito, Zapatones no son nombres poliédricos e imaginativos de youtuber, sino apelativos con que denominaban en España los diferentes tipos de aviones de guerra alemanes venidos en apoyo al ejército golpista durante la guerra civil. Y el modelo Stuka, o Junkers 87, de “morro afilado sobre la boca abierta del radiador, igual que un tiburón hambriento”, ocultaba bombas de media tonelada en el vientre, cañón antitanque y ametralladoras; como anuncio de apocalipsis, en alguno solían instalar ‘trompetas de Jericó’, sirenas cuyo sonido causaban pavor. Cielos y pueblos de España sirvieron para foguearlo. Sin duda, “el diablo había adoptado la forma de un avión”. Heiko Weber, oficial de la Luftwaffe, probaba y pilotaba un Stuka.

La novela atrapa al lector con acción trepidante, una narrativa que ‘fotografía’ hasta el mínimo detalle con la palabra precisa y ajustada. Carlos Fidalgo crea personajes decididos a acompañar al lector, capaces ¡cómo no! de invitar, si es preciso a un Calvados en el Sherbini a altas horas berlinesas. Heiko, nazi prematuro, tal vez invitara.

Teatro Wintergarten

Postal del Teatro Wintergarten de Berlín.

Berlín durante aquellos días era una fiesta, no para todos. Comenzaban los XI Juegos Olímpicos de la era moderna el primer día de agosto; aún corría el año 1936. Los cabarets más canallas habían sido cerrados tiempo atrás; aquellos espacios cosmopolitas, libertinos, con coristas, travestidos y artistas que se burlaban del nacionalsocialismo, propios de una Alemania vieja y corrupta no encajaban en los esquemas de los nazis. Sin embargo, esos días olímpicos permanecían abiertos hasta muy temprano los teatros de variedades, con espectáculos musicales, números de magia, de acróbatas y trapecistas; aún sonaban bandas de jazz y swing, mal vistas ya entonces porque esa música “envenenaba la mente de los jóvenes arios, …, contaminaba la pureza del espíritu alemán”. Wintergarten, Quartier Latin, Barbarina, el Sherbini, sucedáneos de aquellos cabarets, seguían muy vigilados por los nuevos censores. ¿Qué hubiera sido de Heiko Weber con sus rápidos y generosos tragos nocturnos y amanecidos de Calvados, ¡¡oh; un licor francés!!, y de la obsesión por Grethe Ackermann sin, al menos, estos locales de variedades? Heiko habría escapado de la novela. No hubiera aceptado la invitación para presenciar las competiciones olímpicas.

La capital del Reich, engalanada con banderas de todas las patrias, excepto las de la Unión Soviética y de la República Española por boicot, estaba en ebullición; aún respiraba “los últimos ecos del desmadre”. Al escritor Thomas C. Wolfe, antes de regresar a su país tras la estancia en Berlín durante los Juegos, “sus amigos germanos le habían abierto los ojos y le habían hablado de los campos de concentración”; allí encerraban a quienes no encajaran en los ideales arios. Berlín no era una fiesta para todos.

El dirigible Hindenburg, en el estadio Olímpico de Berlín en 1936
El dirigible Hindenburg, en el estadio Olímpico de Berlín en 1936.

En el estadio olímpico los espectadores jaleaban entusiasmados al invencible atleta negro Jesse Owens ante el pasmo de las autoridades nazis y el disgusto de Heiko Weber. Al mismo tiempo, un vapor, el Usaramo, navegaba hacia Cádiz con “ochenta hombres, pilotos, mecánicos, soldados sin uniforme”; en su bodega almacenaba cajas de madera con aviones desmontados y embalados, municiones, medicinas, repuestos, bombas, emisoras de radio. Ayuda a las tropas sublevadas en España.

Pueblos del Alto Maestrazgo ocupan nuevo territorio en la novela. Mientras Berlín se consumía en el final del desmadre, España llevaba semanas en guerra consigo misma. De la Alemania nazi comenzaron a llegar refuerzos fundamentalmente aéreos para las tropas franquistas; desde los cielos convirtieron los suelos de España en laboratorio donde probar nuevos armamentos bélicos; “los alemanes imponían su ley en los cielos de España”. Los tres Stukas atacaban en picado objetivos con una única consigna, causar el mayor daño sin contemplaciones, aunque bombardearan a civiles, y comprobar su precisión. Vallibona, Villar de Canes… y Benassal, convertido “en imán para los bombardeos”, sufrieron las bombas de quinientos kilos que en su panza llevaban esos malditos tiburones. Aurora Lozano y sus dos hermanos, sacados de Madrid para evitar las bombas, Teresa o Teresot y otros desdichados vivieron aquella masacre. Una vez más Heiko Weber experimentaba con su Stuka mientras el ingeniero Tobias Schneider anotaba su efectividad y el funcionamiento de los Stukas.

Y Carlos Fidalgo con estilo vibrante, dueño del tiempo narrativo y capaz de contener el paso del tiempo real en las páginas de Stuka, encamina al lector a otro Berlín, ahora convertido en “un mal sueño” desplomándose bajo las bombas de los aliados. Las jóvenes “querían perder la inocencia antes de que llegaran los rusos”. Sin embargo, a Olena Holub, trabajadora esclava forzada a dejar Ucrania, no la atemorizaban los bombardeos; deseaba que “el Ejército Rojo completara el cerco de Berlín y acabara con todos los nazis”. Olena plantó cara a los arios y no se amedrentó ante Heiko Weber; hasta donde pudo, llegó su venganza.

El Stuka para Heiko Weber y Tobias Schneider, lo mismo que para los demás pilotos, era arma de guerra; también ,un estado emocional. –Weber Schneider, apellidos en este caso, tejedor y sastre, respectivamente, en castellano-. “Forman un buen tándem”.

 En Stuka el autor crea, entre otros, personajes complejos, de carácter firme, con personalidad a prueba de bombas. Heiko Weber, epicentro de la novela, “corazón de hierro” aunque con fisuras; Olena Holub, tenaz e inflexible, capaz de mantener su dignidad de persona, decidida a sobrevivir en aquel desmoronamiento y, si fuera necesario, a disparar con un viejo Reichs revolver; Teresa, Teresot, para sus paisanos mujer y hombre, entrañable y dura, no dudó ,furibunda, en perseguir hasta apalear con el mango de una azada a dos soldados que intentaban sobrepasarse; terminó por ser Florencio Pla Messeguer, guerrillero antifranquista. Dos personajes más presencian y sostienen las escenas, Berlín y Benassal, que, muy malheridos, terminaron en ruinas.

Stukas en vuelo.
Imagen de archivo de un Stuka de la Legión Cóndor.

 La novela se presenta con apariencia de una pieza musical, más sonata que sinfonía, dividida en tres partes Blitzkreig. Preludio, Dessau. Obertura, Teufel. Epílogo. El preludio lo dirige Claire Hollingworth, corresponsal del Daily Telegraph en Polonia. “La guerra le parecía un horror”. Y por eso se sentía atraída por la guerra. “Quería ser escritora”.

El desarrollo y contenido de las otras dos partes, Obertura y Epílogo, van apareciendo en líneas anteriores y en las que siguen.

Podría ser definida esta novela como minimalista por su precisión en el lenguaje, la concentración tanto descriptiva como narrativa en lo más esencial, pinceladas minuciosas y detallistas con las que crea el ambiente adecuado en cada momento;

En la puerta, dos hombres fumaban, hastiados.

En la plaza, una mujer lloraba junto a su casa.

En la calle, los tres muleros volvían a hurgar entre los restos del hostal, en busca de algún camarada al que echaban de menos. (Pág.164)

Benassal bombardeada
Imagen de los archivos alemanes que muestra la localidad de Benassal bombardeada.

No deja fuera ni un pequeño detalle si lo considera importante, ni duda en poner frente a frente situaciones opuestas (re)creando ambientes insultantes; es Benassal ruina, hambre, muerte; a no mucha distancia pilotos de la Luftwaffe, entre euforia y arrogancia, disfrutan cenando en un caserón de verano, con cerveza y coñac; ya al final, se enzarzan en gresca alcohólica. Contrapuestas también las miradas a Berlín, el de los Juegos Olímpicos y el descarnado bajo las bombas.

¡Qué decir del cierre de algunos capítulos como los de Wintergarten 5, 7, 8, o de Stukakette 15, 16! Desasosegante. Queda el lector ante un campo abierto, ante la duda, ante cierta desorientación que él mismo ha de reconducir o continuar imaginando un cierre o final de tales capítulos; de esta manera se adentra como parte en la obra.

En Stuka, su tercera novela, Carlos Fidalgo emplea una prosa cruda y desnuda, con escasos adornos retóricos y contenidos rasgos de humor (negro), “Vaya un trío de alambres que os han empaquetado” le comentaban al matrimonio que había acogido en casa a Aurora y sus dos hermanos·.

De acción vibrante y veloz, esta novela, en cierto modo cinematográfica por el enfoque cambiante de la mirada de una escena a otra, difícilmente dejará indiferente a quien la lea. Ha diseñado el autor un ‘traje’ o modelo narrativo para vestir de verídico lo real.

Y final,

Los mutilados de guerra, … Franco. El alcalde, el obispo y el gobernador civil.

El presidente de la Audiencia Provincial, el fiscal, el delegado de Hacienda, los directores de los colegios, … , un gentío inmenso … se agolpaba en los alrededores del aeródromo de la Virgen del Camino, a las puertas de León, para despedir a la Legión Cóndor. (Pág. 297)

estaban algunas gentes de León aplaudiendo las palabras del general Wolfram von Richthofen, flanqueado por los embajadores de Alemania e Italia y los estandartes del yugo y las flechas.

Advertencia

Esta novela, “Premio Letras del Mediterráneo 2020. Novela Histórica” encierra un peligro. No la leas de un tirón. Degústala acompañado de un Calvados con o sin hielo. Ya sabes quién invitará.

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